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¿Sabes lo que eres en el fondo?: un conservador y un arrojado, un valiente y un cobarde, un hombre y una mujer, un santo y una bestia. Mitad de uno y mitad de otro, qué ser tan incompleto, sentenciado a vivir la mitad de todo.


La mano de una mujer apresando un arma de fuego, es mucho más siniestra que la mano de un hombre. La reunión del metal en los finos dedos de Elena hacían destacar doblemente el poder mortífero que simboliza una pistola.


No me juzgues como padre, porque no pasaré la prueba; aunque yo me pregunto: ¿qué padre la pasaría? No creo que alcancen los dedos de una mano para contarlos.


Cuando menos tú ten un poco de clemencia hacia mí. Te estoy hablando de un sentimiento que no entra en los parámetros de una mujer, y que se llama comprensión: comprensión hacia el vicioso, comprensión hacia el adicto, comprensión hacia el reincidente.


Vaya que si el viejo tenía arrestos como para meterse ahí y cobrar renta. ¿Y si alguien no le pagaba? ¿Qué haría? ¿Lo sacaría de la oreja? Qué despreciables eran los avaros: tener que enfrentarte todos los días a ver de cerca la podredumbre y la miseria, a costa de llevar más dinero a tus arcas.


El nombre lo dice. No hay mucha diferencia entre un motor afinado y un instrumento afinado. Solamente con una afinación perfecta, el instrumento y el automóvil pueden llevar a su interlocutor hasta los límites de la vida misma.


La Torre Latinoamericana se veía impresionante; por fortuna los continuos cambios que ocurrían en la ciudad, los nuevos edificios que inauguraban, cada vez más grandes, no competían con ella.


Las putas cuando amamos, amamos más que nadie.


Conforme nuestros ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, la oscuridad se fue acostumbrando a nosotros.


Elena bebía casi al parejo que yo. Me gustaba que tomara, y en idéntica medida repudiaba a las mujeres que, desde su sitio de feministas inconmovibles, se limitaban a observar cómo su hombre se embriagaba, sin atisbar ellas mismas en sus propias zonas de soledad y abandono.


Cuando terminamos de comer nos encaminamos al orfanatorio. No era más que una casona en ruinas. En el camino, el padre me explicó que la manutención de la casa casi corría por cuenta de la iglesia, pues el comité de señoras ricas de San Juan del Río no había hecho más que tomar al orfanatorio como pretexto para aparecer en los diarios locales.


Bárbara había perdido su virginidad muy joven, a manos de un torero. Los hombres que se jugaban la vida la mataban. Perdía con ellos y por ellos.


Decía que el valor era precisamente el valor más sagrado, el más alto en un hombre, y que era también el que estaba por desaparecer de la naturaleza humana. Cada vez los hombres son más cobardes, niñas asustadizas y pusilánimes, decía.


Era una posibilidad que podía llamarse temor o amor, casi la misma cosa.